LA OFRENDA DEL ZORRO

Investigación hecha en 1993 basada en testimonios de Doña Modesta Huerta, Don Miguel Castillo, Don Máximo Benítez, Doña Catarina Toscano, Don Arnulfo Hernández entre otros.

En la comunidad de Santiago Chazumba existe una muy interesante variante en lo referente a las ofrendas de los Altares de Difuntos: la colocación de la Ofrenda del Zorro.

Desafortunadamente, la práctica de esta ancestral costumbre está cayendo en desuso y hoy sólo la realizan algunas personas de avanzada edad. La primera referencia se obtuvo verbalmente del extinto Miguel Castillo, después la información se amplió gracias, principalmente, a los comentarios de la Sra. Modesta Huerta y del Sr. Máximo Benítez.

De acuerdo a los datos recogidos, esta costumbre tiene un origen muy remoto, prehispánico, ya que parece ser que hubo una transformación en su significado y en la función de los elementos y personajes.

Una primera versión, explicada por Don Miguel Castillo, nos dice que el día primero de noviembre las almas de los difuntos vuelven a sus antiguos hogares a recibir el cariño y los regalos de sus familiares vivos. Deben recorrer un largo y peligroso camino desde el seguro lugar en que moran hasta el altar preparado en su casa, para poder disfrutar de su ofrenda. Uno de los peligros que acechan es el Malo, el Diablo, que trata de distraer y ganar para su causa algún alma. Para esto les hace travesuras, inquietando la intención de aquellas.

En la mente de nuestros abuelos se fundieron, en extraña armonía, los atributos naturales de un animal que, a sus escrutadores ojos y despierta inteligencia, correspondía a las características del espíritu malévolo: el zorro. El zorro, que es sinónimo de astucia, osadía, inteligencia. Aunado todo esto a su actividad nocturna conformaron el elemento que materializaba el concepto de espíritu maligno.

Para que las almas de los difuntos pudieran disfrutar tranquilamente de los dones de la ofrenda sin la interrupción de las travesuras del Zorro, los deudos le ponían una pequeña porción de la ofrenda para que se entretuviera y no molestara. Esta ofrenda consistía de un pequeño petate, las más de las veces viejo, sobre él se ponía un plato con comida y una canasta pequeña con frutas, pan y otros manjares. Todo esto se colocaba a la entrada de la casa, tras la puerta, separada por completo del altar principal.

En esta versión parece encontrarse la idea europea (cristiana) de la lucha antagónica e irreconciliable entre el bien y el mal, aunque suavizada por la concepción indígena de ellos como elementos cíclicos, simbióticos e implícitos en toda actividad humana.

En la segunda versión, que es la actual, al Zorro se le dan características y atributos humanos. Su misión consiste en conducir, vigilar y proteger a las almas en el trayecto hasta sus respectivos altares, para que no se distraigan o se dispersen y lleguen a perderse.

Esta imagen del Zorro parece ser una alusión muy intensa al antiguo Nahual, cuya encomienda primordial era la protección de algún ser vivo.

El Zorro está dotado de un gran látigo con el que apura o llama a la obediencia a los espíritus inquietos o rebeldes. Quizá el Zorro sea un espíritu sin deudos, pues no va a alguna casa en particular, sino que visita las de las almas que conduce. Por eso, los vivos deben ponerle aparte una ofrenda rica y abundante para que quede satisfecho, pues de lo contrario, el Zorro podría malhumorarse y en el viaje de regreso desquitaría su enojo azotando con el látigo a sus conducidos. Para evitar esto es muy necesario cumplir con el requisito de atender correctamente al Señor Zorro.